CUENTO





De Delfidia Alicia Flores:

LA VIDA ¿DESCIENDE DE LA MUERTE?


Un mes después Eleanor ya está muy pesada, a pesar del descanso y el alimento nota unos círculos oscuros alrededor de sus ojos y los altos pómulos parecen esfumados. Como adivinando que ahora está a salvo, el bebé –que durante la travesía sólo dio tímidas señales de su presencia– ahora salta y se agita como un salmón aprisionado en una red, provocándole dolorosos calambres. Los espasmos musculares la desesperan a medianoche: de por si le dificulta el sueño las pataletas y el peso del bebé, tampoco puede comer bien pues con tres bocados queda repleta, es una lata ir a orinar cada hora y ni siquiera puede dar rienda suelta a su mal humor porque cada vez que lo hace Andrés le repite que todo ese cúmulo de fastidios es normal, y oyendo cómo se portó su madre –que se mantuvo feliz y activa hasta el último día y alumbró fácil y rápidamente un robusto niño– no le dan opción de quejarse. La espera le parece interminable ¡y todavía le falta un mes!
Vesalio tampoco contribuye mucho a su tranquilidad cuando un día la palpa y dice “sentir al niño de pies”, sin embargo le dice optimista “que aún faltan treinta días y que a veces con caminar o con el simple trabajo de parto se acomoda”
–¡Pero si ya no puedo caminar! ¿Y qué ocurrirá si no se acomoda?
–Vamos Eleanor, hay que pensar positivamente, porque sino el parto será más largo y dificultoso, afortunadamente tú tienes una pelvis magnífica, y en mi familia tenemos el cráneo muy ovalado, así que no hay peligro que la cabeza se retenga.
Todo ello la pone pensativa, cuando le dice a su madre: “¿Cómo sabré que ya estoy de parto?” Ella se ríe, levanta a Damián de su regazo para palmearlo y contesta:
–Confía en la naturaleza querida, lo sabrás.
Ese 20 de junio el día amanece bochornoso. Los hombres tienen que empezar a trabajar al rayar el alba, pues después de las doce la atmósfera es sofocante. Así pues como rutina su tía Inés y su madre se levantan a las cinco para dar un copioso desayuno y preparar el almuerzo que se llevan al campo para consumir cuando baja el sol. Con la baja, temporal, de Leonor en la cocina se ha tomado la ayuda de Dolores, una zagala a quien el sarampión dejó sordomuda, pero muy trabajadora y dócil que ayuda en todo y también atiende al bebé.
Las cocineras, tras esa jornada, hacen los quehaceres domésticos y esperan el regreso de los hombres a las cinco para la colación, pero puede decirse que ya “están desocupadas”. Eleanor deseosa del baño que no toma desde hace días reúne ánimos y propone hacer la caminata al cercano arroyuelo. Inés se apresura a poner en una cesta naranjas diciendo que es muy buena idea y su madre alista a Damián.
Siguen el senderito que ondula bajo el sol quemante y están sudando cuando llegan. Eleanor se despoja de sus ropas y se sumerge en la ribera, se frota el pelo y el cuerpo con la saponaria ¡Qué bendición! De pie en aquel fresco hilo de plata contempla su hinchados senos y su protuberante abdomen, esféricos espejos en que se refleja la luz solar y repentinamente recuerda las palabras de la adivina: “el día que veas cuatro soles”…
Ya no quiere esperar a que se sequen sus ropas y sólo cubierta con la ligera camisola interior emprenden el regreso: casi en los linderos del soto hay una higuera que tiende sus ramas con unos higos tardíos al caminito. Eleanor con un súbito antojo se orilla y corta una rama para derribarlos.
De repente siente unas agujas al rojo vivo que se clavan en su espalda, se cubre la cara con los brazos y trata de correr hacia la ya cercana casa pero está muy pesada….empieza a jadear y cada paso le parece de plomo. Ve los rostros desencajados de las mujeres sin poder oír qué le dicen, el paisaje empieza a desdibujarse mientras en el pecho siente crecer una opresión, las piernas le flaquean y lo último que percibe Eleanor Vesalio – Shepherd al caer es una aguzada piedra que asciende a su cara.
Albert y Andrés se encuentran en la prensa del olivar ayudando a los peones a acarrear los cubos de aceitunas cosechadas. El joven piensa que Eleanor – a pesar de su resistencia – se queja cada vez más y aunque el proceso es tomado como muy natural, sabe que en obstetricia cuando las cosas marchan mal son dramáticas.
Una presentación de pies en la primeriza aumenta y con mucho las posibilidades de que las cosas den un balance negativo, pero no puede comunicarle sus temores a Eleanor. Los médicos no tienen experiencia en obstetricia, eso es competencia de las comadronas. No le toma a mal que duerma con una estampa de santa Elena –la patrona de su nombre– y que todas los días le rece al Cristo del Nicho, pues con lo avanzado de su embarazo es mal visto que una mujer en esas condiciones se deje ver ante ojos extraños. Su padre Albert –como fue su costumbre en Inglaterra– asiste a misa regularmente con el abate Corrales, un monje “pártibus infidelum”, que llega a celebrarla en una capilla provisional cercana. Éste es quien los recibe en casa cuando Dolores desencajada llega a indicarles con grandes ademanes que regresen.
Se entiende que trata de prepararlos, pero la visión de él con los santos óleos solamente hace que atropelladamente entren a la estancia para enfrentar un espectáculo desolador: en un tapete frente al hogar yace –en el centro de las mujeres llorosas y el niño berreando– una Eleanor inconsciente, con la cara hinchada al grado de estar irreconocible, el cuerpo maculado con gigantescas ronchas, la lengua protuberante, la respiración estertorosa, una pequeña herida en la cabeza, a resultas de su caída, mana un hilillo sanguíneo azul ceniciento que hiela la sangre de Andrés.
El abate dice:
–Dolores fue a hablarme para darle la extremaunción cuando no pudieron reanimarla.
Andrés las interroga apresurado.
–¿Tuvo convulsiones? ¿Se mareó? ¿Se quejó de dolor de cabeza?
Está tratando de determinar si es un ataque del “divino mal” (epilepsia) o la eclampsia (relámpago) una enfermedad exclusivamente de la embarazada que es de pronóstico sombrío.
Pero Albert le da el diagnóstico.
–¡No Dios mío, no puede ser, le han picado unas abejas!
Leonor que solloza en un rincón asiente desconsoladamente con la cabeza.
–¿Cómo lo sabéis?
–También se puso así allá en Londres una vez que le picó un enjambre, estuvo inconsciente muchos días ¡Casi muere! ¿Qué podemos hacer?
Se hace un silencio ominoso mientras voltean a ver a Andrés. Él, paralizado momentáneamente ante la abrumadora certeza de que está agonizando, se sobrepone y piensa que debe salvar al niño: en algunos países de Europa se acepta practicar la cesárea en los casos en que la madre se encuentra moribunda y “sin ninguna esperanza de regresar”, pero él bien sabe que en España se especifica que sólo se realizará post mortem en un embarazo avanzado “para bautizar al niño y librarlo del pecado original”, pero el médico no está dispuesto a esperar a que ella muera para actuar.
Le hace un tacto a Eleanor (a veces un “shock” desencadena el trabajo de parto), pero la abertura del cuello de la matriz está completamente cerrada además de que confirma que el producto viene de pies. Entonces ordena rápidamente que la pongan en la mesa de la cocina, y que sujeten sus muñecas y tobillos con cinturones a los respaldos de sendas sillas mientras se apresura a sacar su escalpelo: incide el cuello a nivel del cartílago cricoides para introducir en su garganta la caña de marfil ahuecada a la tráquea para mejorar la respiración. El hecho de que Eleanor ni siquiera se mueva no lo detiene. A continuación casi con brusquedad le corta a Leonor un mechón de su espesa cabellera y la sumerge en vino fuerte, y después de hacer tiras la camisola y ponerlas en el caldero con agua hirviente conmina a salir a los padres ordenándoles al abate y a Inés:
–Vosotros quedaos para que me asistáis.
Andrés cubre el cuerpo con una sábana dejando sólo expuesto el abdomen, tras lo cual vuelve a blandir el escalpelo y con mano firme corta con celeridad: no tiene más de 3 minutos para extraer al niño.
Mentalmente trata de imaginarse que está dando clase en el anfiteatro, pero ciertamente aquello parece una disección “per se”: al incidir la línea media del vientre la escasa grasa está blanca y fría, dibujándose en su espesor los vasos sanguíneos contraídos como hilos negros sin emitir una sola gota de sangre al cortarlos (lo que aumenta la sensación de que está haciendo una autopsia), entonces incide rápidamente de un solo tajo la nacarada vaina, los músculos rectos y el peritoneo entrando a la cavidad abdominal.
Todo el campo lo ocupa la matriz que se ofrece a su escrutinio como una gigante amígdala carnosa, no se ven los intestinos ni otro contenido abdominal desplazados como están por aquella masa de un ominoso color violáceo: sabe que los vasos van dispuestos en ramajes en los bordes laterales e incide la víscera en la parte media saliendo un chorro viscoso verde oscuro como puré de berza ¡mala señal! Ase al producto por los pies y lo extrae: rápidamente le corta el cordón umbilical y con un dedo envuelto en un pañuelo trata de extraerle la mucosidad de la boca, pero ni un estertor brota de sus exangües labios. Lo suspende cabeza abajo y le pega en los glúteos, le presiona el tórax, lo sumerge en agua fría alternada con agua caliente... hasta que el abate se lo quita de las manos: parece un muñeco de trapo.
–Ego te bautizo en nomini patis, et filli, et espirict santus deus….
Se queda anonadado al notar que también rocía a Eleanor con su hisopo, mientras repite la familiar letanía, ella, abierta como está del abdomen, parece los despojos de una víctima sacrificada ofrecida en el ara a un Dios vengativo. Al no escuchar ya su fragorosa respiración, baja los brazos desesperanzado.
En ese momento la placenta es expelida con un barboteo por la herida: parece un redondo pedazo de hígado del que cuelga una bolsa azulada ¡Si el organismo la ha desprendido es señal de que continúa vivo!
Entonces toma nuevos bríos. Aunque no se acostumbra suturar la matriz, recuerda con agradecimiento a su alumno Falopio (a quien le interesan tanto los genitales internos que lo indujo a abrir un útero grávido varias veces) sabe que aquellos flácidos cordones son vasos de grueso calibre que se conectan con otros mayores en el interior del vientre; entonces limpia con los textiles el interior para ver mejor y procede a coser los labios de la herida por el sitio incidido, las gruesas agujas parece que desgarrarán esa nube; pero poco a poco bajo su veloz mano aquella especie de vejiga flácida toma consistencia y la puede friccionar, seca con los lienzos y cose como acostumbra en las disecciones plano por plano, tratando con su destreza de que la herida que abarca desde el ombligo hasta el pubis no se vea tan cruenta; piensa en Albert, en Leonor porque no quiere pensar en él mismo…
Vuelve la vista al abate que amortaja el cuerpecillo del recién nacido en la ropa que con tanta ilusión han cosido las mujeres, su vista tropieza con el nicho votivo y empieza a rezar:
– Dios mío: si este es el castigo por ir contra Tus Mandamientos por favor tómame a mí, destruiré mis libros, ¡te juro que nunca volveré a diseccionar! Pero por favor que viva ella Señor, no podré soportar perderla, por favor, por favor…
No supo en que momento sus preces se vuelven verbales, pero se interrumpe al parecerle escuchar un vagido tenue como el gemir de un gatito, y después –ante el asombro de los presentes– inequívoco, triunfante, el llanto del recién nacido. El abate pone una mano en su hombro.
– Mirad a la niña: ¡respira!
La tía Inés maravillada dice:
– Ahora se ve sonrosada y hace un minuto juraría que estaba muerta ¡Es un milagro!
Le enseñan el bultito trémulo: ¡Pobre sustituto es de una mujer tan querida! Pero en la balanza de Dios no hay fiel que se incline hacia la vida que tiene mayor validez y lo acepta llorando. Y esa aceptación da lugar a otro milagro: cuando quita la sábana con que han cubierto el cuerpo para exponer sólo el vientre, se percata de que Eleanor sigue respirando aunque apenas audiblemente.
Permanece tres días inconsciente en la mesa de la cocina. A pesar de la insistencia de todos, Andrés se niega a que la trasladen al Hospital Real, sabe que el fanatismo religioso ha estancado el progreso de las disciplinas médicas y que querrán someterla a sangrías que sólo la debilitarán, en cualquier caso ¿Quién mejor que él para cuidarla?
Aunque vive en un mar de zozobras en principio no hay hemorragias, las hinchazones disminuyen, parece buena señal que los riñones respondan, las mantas que le cambian ambas mujeres están húmedas de orina, pero desconfía de que no aparezca la obligada fiebre ¿El cuerpo quedó tan agotado que no puede defenderse?
Después de tres días parece que han ganado la lucha contra la muerte, le retira la cánula y le aplica en ambas heridas unos mohos que han demostrado ser eficaces en las infecciones por espada, (el bisturí es al fin y al cabo una espada). Está también atento a cambiarla de posición. Con el conocimiento que tiene de las estructuras internas le coloca una sonda al estómago para ministrarle líquidos azucarados. Albert aprueba y trae también avena y miel para irlo espesando progresivamente, pero –parafraseando a aquel chamán de Inglaterra– ¿Quién sabe si la mente de Eleanor no se fue a morar para siempre “algún lugar oscuro”?
Andrés ve como Leonor no quiere separarse de su cabecera, Albert e Inés poco a poco vuelven a su rutina, pero la madre de Eleanor, que amamanta a Lázara (nombre natural para un resucitado) viendo la pequeñez de la prematura y la poca energía que tiene para succionar, vigilando al pequeño Damián que empieza a caminar y llora queriendo que lo cargue y pasándose las noches en vela alternadamente con Vesalio, se ve al borde del derrumbe físico y anímico.
De repente ven erguirse a la macilenta paciente que tosiendo y –antes de que tengan tiempo de recuperarse de la sorpresa– se arranca la sonda de tripa de carnero. La sujetan suavemente, por temor a dañarla, de las manos y entonces las cuerdas vocales de Eleanor emiten unas palabras como atravesando el fuelle de un herrero:
–¡Espérenme! Yo soy una de ustedes.

Dra. Delfidia Alicia Flores Ramírez: Autora de dos libros de poemas: “Naufragio” y “Las 1,001 emociones”, cuentos, crónicas, ensayos, una novela corta y una larga: “Un retratista en la Corte”, Edit. Planeta, "Atributos Florales", edit. UEEV, así como está editada con el emblema de la UNAM. Finalista en el Premio Internacional Planeta, Novela en Argentina 2006. Coordinadora en la UEEV de Las Choapas, Ver.

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De Efigenio Morales:

ALGUNOS RASGOS DEL CUENTO

Dentro de nuestra vida común, la palabra cuento es muy cotidiana, ya que se aborda bajo la costumbre de contenido popular. Es precisamente de las charlas del pueblo de donde sale la palabra cuento. Es un hecho que existe un divorcio en los entendidos: el del pueblo y el que nos preocupa a quienes queremos intervenir en los análisis de la literatura, y del cuento, como parte de ésta.

Nuestro pueblo tiene tradición en relatos denominados cuentos. Estas historias pasan de familia en familia. Esto significa, que sin conocer procedimientos profundos sobre la tarea del cuento, siempre ha existido la necesidad de contar algo; hacer que el alma se estremezca con sucesos ficticios o reales.

Estos motivos me encaminan a tratar algunos puntos de vista sobre la difícil disciplina del cuento. Comparto algunas caracterizaciones que llevan(ron) a cabo algunos estudiosos de esta parte de la literatura.


ELEMENTOS INVARIABLES

Los pasos indispensables que se deben de dar para la construcción de un cuento, se denominan elementos invariables:

a) Creación del personaje.

b) Ambiente donde se mueve el personaje.

c) Lenguaje del personaje.

El cuento, como obra de creación bajo un plano de intensidad, puede contar con tres tipos de personajes: protagonista, secundario e incidental. Debido al plano general del cuento, es el protagonista quien realiza la acción principal, teniendo como subordinados a los secundarios, quienes ayudan al desarrollo de la acción intensa. Son ellos los que dan vida a toda la secuencia imaginaria que nace del escritor; son, los que en última instancia, no permiten que el personaje incidental tome parte de manera notoria e importante dentro del cuadro general del cuento.

A diferencia de la novela, dentro del cuento, es difícil que se desarrollen varios protagonistas, debido a la tensión y a la intensidad de la presión espiritual con que está realizado. Sin embargo, en un momento determinado, pueden surgir.

¿Qué significa construir un cuento? Antes de responder es necesario que caracterice a los otros dos pasos que faltan, que considero indispensables para la construcción del cuento.

El ambiente en donde se mueve el personaje es parte de la atmósfera de una vida, de un destino. Dicho ambiente debe estar plenamente engarzado con el personaje y su forma de hablar, o sea, el lenguaje.

El lenguaje, es un universo de la obra que debe coincidir con el universo de la historia. Sólo de esta manera puede darse credibilidad al cuento y su estructura.

Se ha dicho que, elaborar un cuento, es recortar un fragmento de la realidad; fijarlo con límites. Por otro lado se afirma que el cuento no puede ser la interpretación de la realidad, sino la recreación de ésta, en donde la construcción imaginaria del escritor es determinante para crear ese tipo de relato. Las dos cosas son ciertas.

Cuando se habla de recortar un fragmento de la realidad, es en el sentido de que el cuento no puede narrar la historia de toda una vida, sino parte de ésta. El cuento no puede ser una obra amplia; tiene sus límites, sus fronteras entre la realidad y la imaginación debido a la estructura cuentística.

Chejov dijo que había que escribir frases cortas con contenido profundo. Esa es precisamente la vestimenta del cuento. Este género es un trabajo a profundidad, en donde cada palabra se entierra en el lector para llevarlo al mundo de un desenlace que, escrito dentro de un marco breve, le muestra el desarrollo de la parte de una vida.

TRAZO DE LA INTENSIDAD

Puede parecer un tanto esquemático, sin embargo, yo entiendo como trazo de la intensidad, al conjunto de frases que conforman al universo lingüístico y le dan vida al cuento. Al mismo tiempo es la eliminación de palabras que pueden ser intermedias, que alejan al camino de la intensidad para producir lo que llamamos paja en la novela, esto es, parte del mundo emotivo. Frases profundas que mantienen en tensión al lector, es la intensidad. El cuento no puede darse el lujo de narrar con detalle la vida de los personajes; es el hecho lo que cuenta. El trazo de intensidad es la explosión de energía espiritual del escritor. También dentro del tiempo y el espacio.

El trazo de la intensidad no significa que todo el cuento sea sorpresivo. El factor sorpresa es un ingrediente del cuento, no el único. Cada frase que sacude al lector, es un factor para que el cuento diga todo y el lector pueda hacer volar la imaginación.

¿Existen temas significantes y temas insignificantes? El tema vale por el tratado que se le dé. No es el suceso lo que determina, sino cómo se cuenta, cómo se dice. Cuando una historia está bien lograda, cuando el trazo de intensidad determinó la calidad de la obra, podemos afirmar que el tema es significante, ya que deja una huella en los lectores. El tema desapercibido, es tema olvidado e insignificante

FRONTERAS ENTRE REALIDAD Y LITERATURA

En la medida en que el escritor recrea la realidad, realiza literatura. Puede formar imaginación o tomar lo que el mundo le brinda. Si su filosofía es difundida por el narrador y está dentro del trazo de la intensidad, se cumple con las reglas. Si el autor filosofa de manera directa y destruye la estructura cuentística, también rompe con la frontera que existe entre la realidad y la literatura. No es lo que se dice, cómo se dice, determina que exista o no dicha frontera.

El narrador es clave en el cuerpo del cuento, ya que es un elemento para la relación que se deba dar entre el lector y el autor y con la obra misma:

Narrador

Este pequeño cuadro nos indica y demuestra que tanto el autor como el lector ocupan un nivel más externo en lo que respecta a la organización de la obra (en nuestro caso el cuento). El nivel externo de autor–lector, sólo podrá hacerse efectivo, en el momento en que exista un convencimiento mutuo; sin embargo, es el autor quien, mediante el universo del hecho y del lenguaje, tiene que convencer al lector. En este sentido, se da una doble percepción simultánea por parte del lector:

a) Los hechos.

b) El sujeto que los refiere.

Esta percepción se realiza al mismo tiempo; el lector lo que toma en cuenta es cómo presentan los hechos y cómo se narran. En el momento de terminar la lectura de un cuento, si el lector se vio envuelto en el mundo presentado por el autor se lleva a cabo el nivel externo.

CODIFICACIÓN DE LAS LEYES DEL CUENTO MODERNO

El cuento –como género literario– ha tenido en el transcurso del tiempo, modificaciones importantes en lo que respecta a su forma orgánica. El cuerpo actual del cuento, mantiene lo que podríamos llamar la Codificación de las Leyes del Cuento Moderno, con los siguientes apartados:

a) Dimensión psíquica.

b) Composición estética.

c) Rechazo al carácter lineal.

Estas características se conjugan en el cuento moderno de manera dialéctica. El escritor debe tener la capacidad (mediante el narrador) de mantener vivos a los personajes. Hay que llevar a cabo minuciosamente el punto de vista que le dio Hemingway a John Dos Passos sobre el mundo de la obra: "Mantenlos personas, personas, personas; y no permitas que se conviertan en símbolos"(1).

Mantener vivo un personaje significa una dimensión psíquica dentro del cuento y por lo tanto una verdadera relación externa del cuerpo orgánico de la obra entre el autor y el lector. Esto va de la mano con la composición estética. Frases cortas con contenido profundo es la manera de composición estética dentro del cuento moderno. Edgar Allan Poe, Chejov, Rulfo, Joyce, son ejemplos claros.

El cuento moderno se caracteriza por llevar a la práctica un rechazo al carácter lineal del universo de la historia. Ya no basta contar un hecho con simple referencia. "En síntesis, el cuento moderno aspira a crear un clima, en lugar de limitarse a referir uno o varios episodios..." "...el cuento moderno exige al escritor una especial sutileza expositiva, a fin de sugerir lo que escapa a la expresión directa y brutal"(2).

La dimensión psíquica, la composición estética y el rechazo al carácter lineal, también están ubicados dentro del espacio y el tiempo. El cuento acepta que dentro de la temática, se escriba tanto en presente, futuro y pasado de manera como entre mejor en la trama. Sin embargo, el cuento no puede darse el lujo de ser muy descriptivo debido a su propia anatomía. Frases cortas con contenido profundo: forma del cuento moderno.

Lo arriba mencionado puede darse porque el cuento no se somete a reglas estrictas. El escritor hace lo que puede. Al lector corresponde disfrutar o irritarse por el trabajo del cuentista.



BIBLIOGRAFÍA

(1) Larry, W. Phillips, Ernest Hemingway, sobre el oficio de escribir. Publigrafics S.A. Méx.

(2) Rest, Jaime. Novela, Cuento, Teatro: apogeo y crisis. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires, 1971.

Efigenio Morales Castro: Papantla, Ver. 26 años radicando en Puebla, Pue. Estudió en la E.S. de Economía I.P.N. Egresó del Colegio de Lingüística y Lit. Hispánica–Fac. de Fil. y Let. BUAP. Premio Nal. Cuento Solidaria, Méx. D.F. 1er lugar XIV Juegos Nac. Cult. “Ricardo Flores Magón”. 1er lugar Cuento Taller Libre de A.Plásticas. Puebla, Pue. 3er lugar Nacional Cuento Campirano “Marte R. Gómez”, UA Chapingo. Publicó: “Vientos encontrados” Puebla, Pue. “La apariencia perpetua”, Col. Varia Pue. “Muros aparentes”, Col. Asteriscos, editado por Lord Byron, Madrid, España. Es Asesor de la Coordinaión de la UEEV en Tlapacoyan, Ver.